La mayoría estamos acostumbrados
a concentrarnos en nuestra rutina diaria, sea cual sea, olvidándonos, a veces,
de dirigir la mirada hacia nosotros mismos. Y esto, desgraciadamente, puede
llegar a dejarnos exhaustos. Sí, ya sabemos que estamos muy ocupados (o desocupados),
que aunque puede que nos gustaría estar simplemente rascándonos la barriguita, hay tantas cosas por hacer, tanto en qué pensar, tantas preocupaciones que
nos invaden el coco, que nos cuesta
dejar todo ello atrás. Sin embargo, a veces, es necesario que consigamos desconectar.
Nuestro cuerpo, nuestra mente y
nuestra emoción (nuestro corazón) necesitan distanciarse de ese "mundanal
ruido" que nos envuelve diariamente. Ello no significa que tengamos que
irnos al Tíbet, aunque no dudo que podría ser una experiencia como mínimo
curiosa, o que el sofá nos mantenga secuestrados el domingo por la mañana, sino
simplemente buscar formas de descansar de aquello que nos tiene entretenidos, de forma abrumadora, en
nuestro día a día.
El trabajo (o su búsqueda), las
obligaciones, las preocupaciones, los retos, etc. abarcan la mayor parte de
nuestra rutina pudiendo agotarnos si le damos excesiva importancia. Por ello,
es fundamental que encontremos esa "desconexión" que realmente nos
hace conectarnos con nuestra esencia.
Hacer deporte, viajar, leer un
libro, reír, hacer "locuras" (ojo, que aquí no está incluido hacer un
"sinpa" en el bar de la esquina), etc... da igual lo que hagamos y
cómo o con quién lo hagamos, lo fundamental es que consigamos olvidarnos
momentáneamente de aquello que nos absorbe demasiada energía. Si lo
conseguimos, será una inyección de vitalidad, un cargar pilas, que nos ayudará
a continuar ese día a día con entusiasmo, creatividad, fuerza e, incluso,
iniciativa.
¿Desconectamos?
¡Que tengáis buena Semana Santa!
Mª José Chacón Aguilar
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