Hace unos días llegó a mis manos un informe de la Comisión
Europea en colaboración con la Dirección General de Investigación, editado por
el Instituto de Formación del Profesorado, Investigación e Innovación Educativa
(IFIIE) titulado “Actuaciones de Éxito
en las Escuelas Europeas”. En él se exponen las conclusiones de un proyecto
de investigación llevado a cabo desde el año 2006 en diferentes escuelas de
toda Europa y pone de manifiesto los beneficios de cierto tipo de actuaciones
medidas en términos de disminución del fracaso escolar e integración social y
educativa.
Estas
actuaciones se pueden concretar en tres grandes líneas cuyas conclusiones son:
·
La
separación del alumnado en diferentes itinerarios educativos según los niveles
de aprendizaje, afecta profundamente a su éxito académico y a sus posibilidades
de empleo en el futuro. Cuanto antes comienza esta separación mayores son las
diferencias apreciables entre los alumn@s.
Este
párrafo de lectura poco amable viene a decir que los sistemas educativos deben
definir la enseñanza obligatoria como mínimo hasta los 16 años. En España, esta
reforma educativa fue introducida en 1996. Hasta entonces la enseñanza
obligatoria llegaba hasta los 14 años , mientras que en países como Suecia o
Finlandia, esta reforma educativa se introdujo en los años 50 y 80
respectivamente.
· * El hecho
de agrupar a los alumnos de forma homogénea en función de sus capacidades
intelectuales, discapacidad, grupos sociales, etc, no mejoran, sino que incluso
empeoran el rendimiento general del alumnado con menor nivel de aprendizaje.
Esta división también incrementa las diferencias entre el rendimiento del
alumnado: disminuye el logro de los de nivel mas bajo, mientras que los que
tienen mayor nivel de aprendizaje se benefician, o su rendimiento no se ve
afectado.
A
esta conclusión podemos sumar el ya mencionado en otros post “Efecto
Pigmalión”, donde el profesional de la educación puede de forma inconsciente
esperar menos de los alumnos agrupados por alguno de los criterios anteriores.
Por
el contrario, el aprendizaje cooperativo
mejora el aprendizaje académico y la convivencia en clases heterogéneas, de
forma que se cumplen con los objetivos del grupo y con los individuales,
teniendo además un claro efecto sobre la autoestima del alumno. La interacción,
la cooperación y el diálogo entre alumnado con diferentes niveles de
aprendizaje tienen un efecto positivo sobre la relación entre grupos, el
comportamiento y el desarrollo de habilidades sociales.
·
Para
conseguir que mejore el rendimiento escolar, no sólo es necesaria la formación
del profesorado, sino también la formación de las familias y de otros miembros
de la comunidad. En la mejora de los resultados académicos es determinante la
participación de las familias en los programas educativos. Esto fomenta la
interacción cultural y educativa con el alumnado.
De
nuevo aparece la cooperación, la colaboración entre unos y otros como motor del
cambio. Un cambio que nuestras aulas están pidiendo a gritos. Un grito que ya
ha llegado a los oídos de muchos y que necesariamente se irá realizando
lentamente de abajo hacia arriba, mientras llega el momento de que se realice
de forma definitiva de arriba hacia abajo.
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